sábado, 10 de julio de 2010

Tu casa se abrió




Las montañas nos abrieron sus puertas, nos susurraban para que conocieramos sus infinitos recobecos, estaban contentas de ver que les visitaban nuevos sonidos.


Y tras mirar tímidamente lo que nos rodeaba acabamos llegando a la estación del arte.


Caminando por sus calles también cruzaba el músico Australiano, que compartiría nuestra entrada.





Un arco de piedra nos estaba esperando, sonreía ansioso a que nos adentraramos a través de él, sus rocas y sus almohadas en forma de bella vegetación nos daban la bienvenida.

Fuimos uno más, su calor hacía sentirnos enormemente agradecidos, nos estaban abriendo su casa, su hogar, para que compartieramos algo de nosotros con algo suyo. Y así fue; el olor a barbacoa nos relajó, estabamos pasando una tarde en casa de unos amigos, sin lugar a duda.

Al ocultarse el sol comenzó a escucharse la brisa Australiana, armonizada con su emoción en todo momento.

Los huecos se acabaron, el calor aumentaba, el gozo se hacía presa de sí mismo.

Quiero recordarlo como un momento íntimo, algo cercano donde el contacto es lo primordial. Cada nota iba a ser sentida como cada gota de sudor, el alcohol en su justa medida, en equilibrio con el ambiente. Mis movimientos bailaban una y otra vez en sus pentagramas, cogiendo de la mano a aquellas sombras que miraban, sorprendidos ante lo que rodeaba a aquellas paredes. El calor fue apoderandose de cada uno, nos calentaba, nos mojaba con su aire. Déjame tragarte, te quiero todo para mí, para luego expulsarte, para dejarte vivir...

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